miércoles, 13 de febrero de 2008

Sabiduría Popular

Es impresionante como algunos refranes pueden definir de manera tan perfecta ciertas situaciones y sentimientos. Será por eso que dicen que son parte de la sabiduría popular. Y vaya sabiduría.

Resulta que ayer la playa pasó frente a mí. La playita. La misma que todos los días lo hace, pero que ayer parecía estar mejor adornada que nunca. ¡Qué clase de atardecer! El sol de las cinco la iluminaba como sólo la ilumina para hacerle el amor. Mis ojos la siguieron, mi mente se nubló, mis oídos se desenfocaron, mis manos sudaron, mi habla desapareció, mis músculos se derritieron y mi sangre se calentó.

Tan solo pasando frente a mí su simple desplazamiento causó que se me revolvieran los recuerdos, recuerdos no tan distantes, ni siquiera cuantiosos, es más… ni siquiera tan intensos como hubiese querido, sino recuerdos de lo que fue y de lo que pudo ser. Recuerdos de cosas pasaron, de cosas que pudieron pasar y de cosas que podrían estar pasando. De cosas que podrían pasar. Pero recuerdos que a fin de cuentas permanecen ocultos en lo más profundo de esa playa, porque ella, y sólo ella, sabrá por qué nunca se hicieron realidad.

En fin, sus aguas cristalinas, su arrecife de coral, su feminidad en pleno aumentada a voluntad, vestida con peces de colores y adornada con piedras preciosas, trajeron a mi mente todos esos recuerdos y sacaron de lo más profundo de mi diafragma, pulmones, tórax y cualquier cavidad almacenadora de aliento, una ráfaga de aire que sólo pude explicar de manera inmediata con las únicas diez palabras que podían describir, si acaso de cerca, lo que me sucedió en aquel momento: “El que ha sido marinero cuando ve la mar suspira"... lo único que lo pudo explicar, pura y mera sabiduría popular.